El diario-blog de alguien que dará un giro a su vida, y que, si no le gusta ése giro, dará otro, y otro más... Cuantos sean necesarios hasta encontrar su vida ideal tantos años soñada. Segúramente se parezca demasiado a cualquiera de nosotros, pero la vida es así... http://capitansogul.blogspot.com/

miércoles, 18 de noviembre de 2009

44. Desperezándome

Mientras estoy en la playa, tirado en la orilla, sintiendo como las suaves olas mojan y mecen mis piernas intermitentemente, oigo truenos a lo lejos. Pienso, sin alterarme, que será la típica tormenta de verano. Pero estoy tan bien aquí, que aunque me caiga el chaparrón que le cayó a Noé, no me pienso mover. Rápidamente, tengo la tormenta encima, tormenta cargada de estática que provoca muchos rayos y truenos, truenos que hacen retumbar el suelo… Truenos que aumentan su volumen y fuerza, hasta que de un simple retumbar en la arena, acaban pareciendo un terremoto. Tanta fuerza tienen que me las veo putas para mantenerme boca arriba. Será mejor que me levante y busque algún refugio ya… Cuando empiezo a moverme, me doy cuenta de que estoy bajo techo, en semi-oscuridad… Ahora recuerdo todo de nuevo. Menuda mierda, otra vez desamparado y dolorido…
La sensación de terremoto, ha venido provocada porque estoy siendo agitado por una figura, aún borrosa, a mi izquierda… Cuando poco a poco consigo adaptarme y centrar la vista en la figura, observo que quien me zarandea, es un tipo con una túnica, de cara morena (aunque en esta penumbra, no podía ser de otra manera) y curtida, ojos inteligentes y vivaces, nariz aguileña y labios finos. Me está hablando, como metiéndome prisa. Por los gestos y la actitud, me insta a levantarme. Con su ayuda, me incorporo, sintiendo aún cierto mareo, y pongo los pies en el suelo. Estoy descalzo, y tengo una túnica puesta, más suave que la otra. Ahora le veo de cuerpo entero y aprecio, no sin cierta envidia, que lleva puestas unas sandalias, muy parecidas a las que aparecían en los cómics de Asterix… Así que estoy en manos de los romanos...
Ya no tengo miedo, lo he pasado muy mal, y en nuestra naturaleza humana (la mía al menos), el instinto de supervivencia prima sobre todas las cosas, y aquí, me han vendado y tratado mis heridas. Espero que eso sea buena señal.
El tipo de la túnica me mira interrogante y señala mis vendajes. Debe estar preguntándome cómo están, o cómo me siento yo. Afirmando con la cabeza no muy convencido, creo que entiende que me siento bien, y me ayuda a ponerme de pié. Me tambaleo un poco, y los dolores de estos días me saludan: "Hola, Gonzalo. ¿Te acuerdas de que seguimos aquí?". Joder. Aguantando el tipo me estiro, abandonando la postura de abuelo jubilado. Joder!, me duele todo.
Desde mi estatura normal, veo que le saco al hombre este unos cuantos centímetros, pero él parece más fornido y compacto que yo, (lo que no es muy difícil) ya que después de todos estos días de "dieta" forzosa, estoy aún más chupado que lo habitual. Me mira con interés, como si no se esperara mi estatura. Debe estar cabreado o incómodo con la tarea de cuidarme, porque no ha sonreído ni una vez. Se acerca hacia lo que debe ser la entrada del sitio este, y abre una especie de puerta de tela, filtrándose al interior una brillante luz que me deslumbra por unos momentos.
Él se queda sujetando la puerta, como invitándome a salir.
Con cierta torpeza todavía, comienzo a andar hacia la salida…